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Viena, siglo XVI: la patata como planta de interior

tomate26 de Abril.- Es una imagen que, a fuerza de repetida, se ha convertido en un lugar común. La Reina Católica –con muchas caras hollywoodienses que la alejaban de la señora con cierta pinta de batracio con bozo que presentaba en la realidad y con alguna cara española exótica, como la de Lola Flores– se inclina curiosa, desde las alturas de su trono, ante un hombre con media melena a lo paje y mallas, a la moda renacentista. Detrás del hombre, hay una serie de señores cabizbajos y de aspecto tristón, vestidos con taparrabos, simbólicamente encadenados (las cadenas, en este caso, representan el poder terrenal que la Reina Católica tenía sobre las recién descubiertas Indias Occidentales), y tocados con plumas.

El hombre, naturalmente, se llama Cristóbal Colón y es, como muchas personas en la historia, un tipo bastante trepa, ambicioso y con ganas de progresar para hacer olvidar sus oscuros orígenes (orígenes oscuros que él, además, se encarga de oscurecer todavía más, para que nadie pueda encontrar el cabo de la madeja de su nacimiento ¿Quizá fue un judío? ¿Quizá, como sostienen algunos pirados, nació en una de las islas pitiusas? ¿Fue Genovés? ¿Fue gallego? Chi lo sá). Colón, el cual, para más inri, lleva el mismo nombre de pila que el santo patrón de los conductores (San Cristóbal, según la mitología católica, ayudó al niño Jesús a cruzar una vía de agua, valga el río por el océano), pues eso, que Colón, con ademán solemne, le da a la reina presentes traidos del otro lado del charco. Que si tomates, que si maiz, que si tabaco y, lo que más nos interesa hoy: patatas.

¿Patatas? Sí: patatas. Todos estamos acostumbrados a comerlas pero, como la Historia demuestra, su primer uso, como corresponde a todo artículo de lujo fue otro: adornar las casas de los ricos para que pudieran hacer gala de su posición social. Hace exactamente 425 años, o sea, en 1588, las sabrosas patatas llegaron a Austria, concretamente a Viena. Fue un tal Clusius el que, según cuentan las crónicas, fue el primer afortunado poseedor de un par de unidades del sabroso tubérculo. Las consiguió de mano de un Gobernador de los Países Bajos (entonces, en manos hispánicas) y, según se conoce, los ejemplares que recibió no debían de ser muy resultones, porque el bueno de Clusius describió las patatas como “pequeñas trufas”. Nos imaginamos al botánico en el centro de un corro, mostrando los dos tubérculos de apariencia tan poco espectacular ¿Qué haremos con ellos? Se dijeron los vieneses de su época ¿Nos los comemos? Dijeron unos, “donde esté un schniztel…” dijeron otros, porque los centroeuropeos han sido siempre reacios a introducir novedades en su dieta. Así pues, Clusius, plantó las dos patatas en una maceta. Las plantas crecieron y echaron unas flores que, los austriacos del siglo dieciseis, encontraron parecidas a las de los tilos.

Las patatas, de esta manera, fueron unas apreciadas plantas de interior  y vendidas en los mercados de flores. No fue hasta más tarde, en épocas de hambruna, cuando las patatas empezaron a ser concebidas como apetitosos artículos comestibles (la necesidad, ya se sabe).

Las patatas, por cierto, tienen en alemán tres nombres. Los austriacos, por el prurito francófono del que hablábamos el otro día las llaman Erdäpfeln, calco perfecto de las Pommes de Terre francesas (manzanas de tierra). Nombre que, por cierto, sobrevive en las patatas fritas del Mc Donald´s, que aquí se llaman pommes. Los teutones del norte hablan de Kartoffeln. Esta palabra se registra por primera vez en Suiza en la década de 1750, como Tartuffel, palabra que, a su vez, era una corrupción del italiano Tartufulo, porque las patatas crecen como tubérculos en la tierra, igual que las trufas. Y para redondear, el tercer nombre es grundbirne, o sea, pera de tierra. Elija usted el que más le guste


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