Una cofradía española en la Viena del s. XVII

Palacio Caprara
Palacio Caprara, antigua sede del Consejo de España en Viena (Foto: Viena Directo)

¿Procesiones en Viena? Naturalmente, pero en el siglo XVII. Los españoles éramos la potencia global de aquella época y nuestra seña distintiva era el catolicismo. En la entrada de hoy, Luis Tercero, historiador especializado en aquella época (y muy buen amigo) nos abre una ventana a una época que marcó nuestra historia y la de Austria de una manera indeleble.

Hace tres siglos y medio, en el mismo corazón de Viena, se podía asistir públicamente a una insólita exhibición que en modo alguno guardaba conexión con los usos autóctonos. En concreto, tal despliegue mostraba similitudes con las habituales manifestaciones religiosas de la Semana Santa peninsular. Atónito, el público vienés observaba a los integrantes de dicha procesión con una mezcla de recelo y cierta animadversión, pero también de curiosidad y extrañeza. No debemos olvidar que, a medida que avanzaba la devastadora Guerra de los Treinta Años (1618-1648) –convulso período en que religión y política se hallaban entrelazados–, los Habsburgo se fijaron la meta de cortar de raíz la “herejía” protestante en sus territorios centroeuropeos y, para ello, contaron desde el primer momento con el inestimable apoyo militar y económico de la poderosa línea española de la familia. Había dado comienzo la fase de la “Contrarreforma”. En cualquier caso, no cabía duda de que la devoción con que unos cófrades extranjeros mostraban su fe públicamente en las calles de Viena llamaba la atención de grandes y pequeños por igual. La ciudad, aunque acostumbrada a esporádicas procesiones religiosas, apenas podía permanecer indiferente ante semejantes muestras de fervor, sobre todo considerando que en la centuria anterior la gran mayoría de sus habitantes se habían rendido en masa a la doctrina del reformador Lutero, tan contraria al culto de imágenes y objetos sagrados. No obstante, ¿a qué se debía la existencia de una hermandad española en plena Centroeuropa?

Durante los siglos XVI y XVII, los estrechos vínculos entre las líneas española y austriaca de la Casa de Austria promovieron una activa política matrimonial encaminada a perpetuar el predominio de la dinastía en el continente europeo. En consecuencia, los enlaces concertados entre Madrid y Viena propiciaron el traslado a Austria de abultados séquitos llegados para servir a las futuras emperatrices del Sacro Imperio Romano, cuya sede se hallaba principalmente en la ciudad bañada por el Danubio. Una de estas soberanas se cuidaría especialmente de dejar una prolongada huella en la corte cesárea. Se trataba de la infanta María Ana, hermana del rey Felipe IV, que había llegado en 1631 para desposar al futuro emperador Fernando III. Como muchas coetáneas suyas, se negó a resignarse a su papel de mera consorte y dio claras muestras de dinamismo, no sólo respecto de su iniciativa política –siempre en beneficio de España–, sino en su “activismo” religioso. El mismo año de su llegada, no tardó en crear una cofradía que congregara a todos los españoles recién llegados. Rápidamente, su iniciativa fue acogida con entusiasmo en la corte, pues todo esfuerzo por reforzar entre los vieneses la fe católica era bienvenido. La “Real Hermandad del Santísimo Sacramento” hacía así su aparición en el panorama vienés. Precisamente, no era casualidad que su fundación se centrase en la Eucaristía, ya que constituía un sacramento que la Contrarreforma buscaba potenciar entre la población como dogma distintivo frente a la Reforma protestante.

El palacio amarillo ocupa el solar de la antigua embajada española en tiempo de los Austrias (Archivo VD)
El palacio amarillo ocupa el solar de la antigua embajada española en tiempo de los Austrias (Archivo VD)

De este modo, la idea de aglutinar en torno a una cofradía a los miembros de una “nación” contribuía sin duda a reforzar su cohesión, pero también podía servir a otros fines, como la propaganda al servicio de los Austrias. A nadie se le escapaba que no se trataba de una hermandad cualquiera: en primer lugar, contaba con el distintivo de estar vinculada a la poderosa Monarquía Hispánica, la principal potencia global de la época y rama mayor de la dinastía habsbúrgica; en segundo, porque su devoción sintonizaba con la religiosidad de la familia imperial por su identificación con el fervor católico de la Pietas Austriaca. No en vano, el emplazamiento elegido para acoger a la cofradía recayó en la iglesia de San Miguel, situada frente al mismo palacio del Hofburg. Desde allí, el emperador podía observar cómo los feligreses españoles prestaban un servicio inestimable a su causa contribuyendo a fomentar el dogma católico entre los austriacos mediante sus manifestaciones públicas.

Pero éste no era el único beneficiario de su existencia. El rey español, con su patrocinio de la hermandad, quería recordar a la nobleza austriaca más alineada con la Contarreforma quién era el “verdadero” garante y protector de la ortodoxia romana, pero también a quién debían dirigirse para dar salida a sus intereses comunes. Para ello, no existía una imagen mejor que la representación de su embajador durante las procesiones portando el estandarte de la Monarquía, donado por el mismo Rey Católico. Además, la embajada española –que se hallaba en la adyacente calle de la Bankgasse– no sólo ofrecía sus salones para las juntas, sino que el propio embajador se implicaba personalmente como benefactor principal. Ésta se encargaba asimismo de otorgar una asignación mensual a la cofradía, además de costear otros gastos.

Al igual que en la Península, era habitual ver a los feligreses hispanos en procesión por el centro de Viena durante el día de Jueves Santo, o bien en el día del Corpus. Los viandantes podían observar cómo un largo cortejo, donde destacaban el estandarte real y el palio bajo el que se hallaba el sacramento, marchaba al retumbante son de las trompetas y timbales seguido de lo más granado de la corte imperial. Al llegar el día de la fiesta de la cofradía, los feligreses no sólo engalanaban la iglesia con toda la suntuosidad requerida, sino también las calles adyacentes para adecuar lo más solemnemente posible el escenario de su procesión. Con el tañido de las campanas de San Miguel, daba comienzo por la Kohlmarkt un recorrido en el que cada cófrade portaba una antorcha y durante el cual se invitaba al público a sumarse a la comitiva. Aunque estos piadosos desfiles ostentaban ciertamente un papel central en las actividades de la cofradía, ésta también velaba por sus miembros –al igual que las otras congregaciones– al proporcionar un sustento a aquellos más necesitados, o bien, al costear su funeral.

A partir de 1648, el rey comenzó a ceder gradualmente su protección a la corte cesárea, por lo que desde ese momento los cófrades quedaron sometidos a la jurisdicción del emperador. En los años siguientes, la hermandad se fue consolidando, lo que prueba la concesión en 1673 del permiso para alojar en San Miguel una cripta propia. Sin embargo, de la llamada “Spanische Gruft”, tan sólo pervive hoy en día su nombre como recuerdo de dicha época. Pero no es ésta la única huella española que perdura en la iglesia, ya que el dinero legado a la congregación por la última emperatriz española –Margarita Teresa–, contribuyó a la conclusión de la notable capilla de San Blas.

Según los documentos conservados, la cofradía aún gozó de cierta relevancia a principios del siglo XVIII. Por entonces, entre sus feligreses figuraba el mismo emperador Carlos VI, conocido en España como “archiduque Carlos” y perdedor de la Guerra de Sucesión Española (1701-1714). Con su afiliación, el emperador no sólo pretendía estrechar vínculos con sus súbditos españoles exiliados, sino que hacía un guiño a sus eternas aspiraciones a la corona española. No obstante, la llama de la hermandad se iba apagando inexorablemente. Las últimas actas atestiguan la presencia de la congregación hasta 1767, con lo que es de presuponer que ésta desapareció poco después en el marco de la política de desamortizaciones del emperador José II y a raíz de la defunción de los últimos feligreses españoles. Así, tras una existencia ininterrumpida de casi siglo y medio, la cofradía española del Santísimo Sacramento cesaba de existir para siempre. Con su eclipse, desaparecía sin duda el que había sido uno de los últimos vestigios de las antaño intensas relaciones hispano-austriacas.

Nota: la iglesia de San Miguel, ubicada en la homónima Michaelerplatz, apenas alberga recuerdos de la huella de la cofradía española del Santísimo Sacramento. En el marco de ocasionales visitas guiadas, se puede acceder al espacio que ocupaba la cripta de la congregación (“Spanische Gruft”), si bien ha desaparecido cualquier rastro material de aquella época. Sin embargo, se puede contemplar la capilla de San Blas (“Blasiuskapelle”), la cual conserva algunos elementos de su esplendor original como un cuadro dedicado al santo, de mediados del XVII, obra del pintor checo Karel Skreta.

 

Luis

Luis es historiador, vive y trabaja en Viena y en la actualidad investiga las relaciones entre la corte madrileña y la vienesa durante el siglo XVII.


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Comentarios

3 respuestas a «Una cofradía española en la Viena del s. XVII»

  1. Avatar de victoria
    victoria

    Espléndido post. Un placer para los que amamos tanto la Historia.

  2. Avatar de Luis Tercero
    Luis Tercero

    Muchas gracias por tu amable comentario, Victoria. Un saludo

  3. Avatar de Antonio
    Antonio

    gran trabajo, una duda existe alguna fuente donde profundizar el estudio, gracias

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