El campo de concentración de los judíos “felices”

arbolesHay lugares que parecen marcados para siempre por la desgracia. Theresienstadt, es uno de ellos.

31 de Marzo.- No sé si mis lectores se habrán fijado, pero hay locales, situados a veces en la misma calle que corren suertes muy distintas. En unos, rebullen los clientes y sus dueños se hacen ricos y prosperan. En otros, no hay negocio que dure dos meses y terminan siempre cerrados, sombríos y con los trastos cubiertos de polvo.

Nadie sabe por qué es (quien lo supiera, seguramente, tendría la llave del éxito) pero, en pos de una explicación, hay algunos que hablan de ese confuso concepto que son “las energías”, actualización de eso que los andaluces llaman “el angel” y los árabes, de quienes somos primos hermanos, llaman la baraka.

Igualmente, pasa lo mismo en sitios vinculados a la Historia. Hay lugares a los que, nadie sabe por qué, les persigue un hálito siniestro. Cuando uno llega a ellos, uno no tiene más remedio que pensar que son imaginaciones suyas, pero también le entra a uno el come come de la duda y piensa si ese mal fario, esa niebla siniestra que flota siempre sobre esos lugares (aunque brille el sol) no tendrá también su raíz misteriosa en el sufrimiento de la gente que ha ido cargando los muros, como una radioactividad invisible que puede ser registrada, evidentísima, a nada que uno ponga las antenas a funcionar.

Uno de esos lugares parece ser Theresienstadt, hoy Terezín, al norte de Praga, en la República Checa, hasta hace poco menos de un siglo parte de Austria. Theresienstadt es famosa por lo que voy a contar hoy, pero poca gente sabe que, en su mazmorra más miserable, murió probablemente uno de los presos más tristes que haya conocido el mundo. Una especie de Conde de Montecristo sin la pluma de un Alejandro Dumas que lo redimiese de su prisión: Gavrilo Princip, el asesino del archiduque Franz Ferdinand. Manco, podrido de dolores por una tuberculosis ósea que era mortal en su época, Princip se las arregló para, antes de morir, grabar en las paredes de su celda esta misteriosa y terrible sentencia: “Nuestros fantasmas se deslizan furtivamente por Viena y murmuran por los palacios y hacen temblar a los señores”.

Tiempo después, cuando solo los muros de la prisión militar de Theresienstadt conservaban la memoria de Gavrilo Princip, los nazis utilizaron el sitio para Instalar un campo de concentración. Por Theresienstadt pasaron, entre 1942 y 1945, 140.000 personas. 90.000 de las cuales fueron luego transportadas a otros campos de concentración, principalmente a Auschwitz.

Theresienstadt es famoso porque hoy, hace setenta años, a finales de marzo de 1945, el Ministerio de Propaganda nazi estrenó un “documental”, que se llamaba precisamente así, “Theresienstadt” en donde se mostraba un panorama idílico de la vida que hacían los conscriptos en lo que, fuera del campo de visión de las cámaras, era una fábrica de muerte. Presos judíos, en un último escarnio antes de ser enviados al exterminio, fueron obligados a escenificar delante de las cámaras una vida de cuento de hadas en un campo de concentración en donde los niños jugaban y todos tenían suficiente alimento. La película se rodó en el marco de una visita que la Cruz Roja internacional organizó para comprobar si eran ciertos los rumores que, desde hacía muchos años, corrían por Europa. Los nazis plantaron rosales, pintaron fachadas y enseñaron a los niños cómo hablar con los visitantes de lo mucho que comían. Para rodar la película, se eligió a un cómico judío, preso en Theresienstadt y se prometió a los figurantes la libertad si participaban en la pantomima. La película se rodó entre Agosto y Septiembre de 1944 y, cuando se terminaron los trabajos de producción, su director y el resto de los pobres actores fueron enviados a las cámaras de gas.

La película se estrenó a finales de marzo de 1945, cuando la guerra estaba ya perdida y su público fueron, sobre todo, oficiales de las SS, los cuales debieron de salir de la proyección alucinando bastante después de años de ser bombardeados con propaganda antisemita. Nunca circularon copias completas a gran escala, aunque se montaron versiones abreviadas con el involuntariamente sarcástico título de “El Führer les regala una ciudad a los judíos”, el mismo que había llevado durante el rodaje.

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