Cada miércoles, escríbeme una carta
Alondra de mi casa, /ríete mucho. /Es tu risa en los ojos/ la luz del mundo.
24 de Octubre.-
Querida sobrina:
El sábado pasado me pasó una cosa que me cambió la vida. Te cogí en brazos y me eché a llorar. Como siempre, tu madre y tu padre no dejaron pasar el momento de hacer un chiste, como pasa siempre que a mí se me empañan los ojos. Pero sobrina, sinceramente: ni falta que me importa.
Desde chico, he sentido detrás de mí la voz del mundo que me recordaba esa tontería de que “los hombres no lloran”. Hace años que me libré del miedo a ese ridículo. Gracias a Dios.
Ahora, lloro a gusto cuando se me pone. Y punto. Y al que no le guste, que no mire.
¿Por qué llorabas, tío? Podrás preguntarte si es que algún día lees esta carta.
Es difícil de explicar. Supongo que lloraba porque tuve conciencia exacta de lo pequeña que eres, de lo vulnerable que resultas ante el mundo. Y me asusté. A los adultos nos pasan estas cosas, ¿Sabes?
También lloré porque todo niño es un enigma insondable.
¿Quién sabe cómo será tu futuro? ¿Quién conoce lo que te tocará ver? Por eso, lloré también. Y porque vi en tu cara, en tus diminutos rassgos de duende ansioso de aprender, el mapa mudo de la fisonomía de una persona a la que quise mucho y con cuyas historias, estoy seguro, crecerás, porque sigue muy presente en nuestra familia.
Mientras te tenía en brazos, empecé a pensar que vivo lejos, en un lugar en donde todas las ancianas tienen pinta de duquesa rusa en el exilio. Nuestra relación me pareció condenada a ser, desde el rincipio, un amor a distancia.
¿Cómo hacer que esta voz mía, extraña, que te asaltará desde el teléfono, esa presencia deformada por la webcam, no se convierta para tí en algo extranjero? ¿Cómo conseguir que te aproveches -si puedes- de mi inútil experiencia? (cosa difícil, porque la década de los treinta del siglo XXI poco tendrá que ver con lo que a mí me está tocando vivir).
Para responder a estas preguntas, me he impuesto la agradable obligación de escribirte cada miércoles, para intentar contarte lo que nadie me contó a mí. O quizá para contarme a mí mismo las cosas que nadie me contó. O, lo que es lo mismo: para pensar.
Calculo que, a un ritmo de 53 cartas al año, cuando llegues a los 20 tendrás un buen mazo del que tirar.
Siento haber llegado a una cita a la que acudirás algún día.
Hasta pronto entonces, sobrina.
O, mejor dicho: hasta el próximo miércoles.

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Comentarios

Una respuesta a «»

  1. Avatar de P
    P

    Lo entiendo perfectamente. Yo normalmente no me considero una persona sentimental (yo soy de las que se ríen de las lagrimillas de los otros) pero no sé, cada vez que nace un niño me entra una sensación muy rara, como de emoción, y sí que me pongo sentimentalilla. 1Por Dios, que casi lloro cuando la Letizia salió del hospital con Leonor en brazos,jajaja! y eso que no me incumbía para nada…Pero bueno, siempre es algo bonito, así que no te extrañes de que se te cayeran las lágrimas.

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