En fin. Va hoy de aniversarios. El otro día, mientras me duchaba en el gimnasio pensaba yo que la imagen que tenemos de nosotros mismos caduca que demasiadas veces no nos tomamos el trabajo de actualizarla. Por ejemplo, yo sigo sosteniendo que soy una persona más bien tímida cuando es probable que, el hecho de haber tenido que pelear con la experiencia de la emigración, haya hecho que no sea ya así. También pienso de mí que soy una persona poco deportista cuando (y ahí viene el aniversario) hace ya diez años que empecé a hacer deporte casi a diario y hoy puedo correr una hora seguida (casi) sin despeinarme. Esto se debe a que crecí en un país (España) en el que, si no jugabas al fútbol de chaval, eras un apestado. Y claro, como Dios, en su infinita sabiduría, para el presunto monarca de los deportes me concedió unas habilidades discretillas (en todo caso mucho más discretas que las de mi padre y mi hermano) nunca he podido librarme de esa sensación. Por suerte en Austria el fútbol es un deporte tirando a minoritario –otra razón más para sentirme en este país como pez en el piélago- y la gente admira otro tipo de destrezas.
Yo empecé a correr por salud, pero sobre todo por la sexualidad. Me movía, a qué negarlo, la esperanza de gustar. Con carreras y todo ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido, así que dado que el catálogo de mis conquistas no es para salir en el Guiness (menos aún en Gran Hermano) pasaré directamente a la salud.
Recuerdo como si fuera ayer el día de la revelación. Estaba trabajando yo en la tele cuando subí una escalera y, al llegar arriba –un piso- iba jadeando. Me planteé qué porvenir me esperaba a los cincuenta y, fiel a mi máxima de aprender a amar lo que me conviene, me propuse que el deporte me gustara. Recuerdo que el primer día que salí a correr, se rieron en mi casa lo que no está escrito (“Ahí va la Claudia Schiffer con el walkman”, me decían los muy canallas). Era un día de agosto y aguanté cinco minutos de carrera. Otro, lo hubiera dejado estar, pero uno tiene la cabeza dura como el pedernal. Sufrí agujetas atroces, burlas y comentarios escépticos (al fin y al cabo tampoco es fácil cambiar la imagen que los demás tienen de nosotros). Cuando llegué a Austria me había convertido en un corredor de fondo aceptable y fue para mí un placer barato que me ayudó mucho a sobrellevar el aislamiento lingüístico y a mejorar mi autoestima (lo cual, en aquellos momentos, me hacía buena falta). Diez años ya…Parece que fue ayer. Jesús bendito.
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