Extremas y duras

Participante en una manifestación
Manifestante (Archivo Viena Directo)

7 de Septiembre.- Querida Ainara: como era previsible, con la crisis económica florecen las opciones ideológicas más extremistas(extrema derecha, extrema izquierda y nacionalismos).

Las tres son variantes de una misma tontería fundamental en la que espero que tú no caigas nunca. Bueno, quizá a los veinte años todos nos hemos acogido alguna vez a alguno de estos tres pecados de juventud (es disculpable) pero, cuando uno lleva ya más de una década afeitándose, pensar ciertas cosas es como jugar a la playstation a los cincuenta: un caso claro de infantilismo.

El éxito de las tres opciones que citaba más arriba, sin embargo, es explicable fácilmente.

Las ideologías más extremas actúan sobre dos motores básicos del comportamiento humano: la compensación y el sentido de pertenencia.

En el primer caso, basta hojear un poco los libros de historia para darse cuenta de que los principales líderes ultras o nacionalistas fueron (y son) personas radicalmente mediocres que utilizaron (y utilizan) su ideología como mecanismo psicológico para equilibrar una autoestima algo menesterosa.

En general, les domina un resentimiento (nacido del reconocimiento inconsciente de su propia mediocridad gris marengo) que es parecido al que embargaba a muchos escritores españoles que, durante el franquismo, aseguraban que no tenían éxito debido a la censura. Llegó la libertad y ahí se quedaron: echándole la culpa de su mala suerte a cualquier contubernio judeomasónico.

En cuanto al sentido de pertenencia, nace de lo anterior. El hombre consciente de su propia falta de importancia, Ainara, necesita de la masa para sentirse justificado. El mecanismo es tan sencillo y viejo como el mundo: en un grupo de personas, dos indivíduos se miran, quizá hablan, se reconocen por ciertas señas distintivas y se sonríen como bobos. El mundo está en orden.

Por eso los partidos extremistas (y quien dice los partidos extremistas dice también organizaciones como el Opus Dei o los Legionarios de Cristo) gustan de desarrollar toda una panoplia de códigos secretos y de señales para iniciados. Le da más saborcillo al acto del reconocimiento del compañero de filas.

El peligro fundamental que, para sí mismas, y para el mundo, representan las ideologías radicales es su falta de flexibilidad y, con ello, su carencia de una visión realista del mundo. En esta vida, Ainara, el papel del diálogo es fundamental. Y el diálogo se va a freir monas si una de las partes cree que, por la gracia de Dios, tiene siempre la razón. O que, citando a Orwell, “todos los animales son iguales, pero unos animales son más iguales que otros”. Para el caso, es lo mismo.

Simplemente por una cuestión de salud mental, hay que esforzarse siempre en preguntarse si el que piensa de manera distinta a nosotros puede estar en lo cierto. Que nunca te abandone la duda, Ainara. Sólo el reconocimiento de que los otros pueden tener razón te salvará de formar parte de esa legión de fantasmas, opositores eternos a la nada, reivindicadores de su propio terruño, del idioma que hablan (por muy ilustre que sea, todos lo son) o de su color de piel. Personas que enmascaran la conciencia exacta de su propio fracaso, como digo yo “invocando milenios” (los miles de años que hace que existe tal frontera, tal lengua, tal color de piel, tal religión, tal linaje).

El ser humano, Ainara, demuestra su grandeza reconociendo el valor que anida en los otros.

Lo demás, es volver a la caverna.

Besos de tu tío.


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