Buenas noticias (por una vez)

Diablesa
Nada es para siempre (Archivo VD)

 

7 de Diciembre.- Querida Ainara: una de las cosas que molan del capitalismo y que, a mi juicio, es una de las razones de su éxito histórico, es esta: funciona cíclicamente.

Parece un poco cruel decirlo ahora, cuando nos encontramos en la parte baja de la curva y suenan tiempos de sangre, sudor, lágrimas y austeridad en la concesión de hipotecas. Pero resulta consolador pensar que, como cantaba aquel grupo moñas, nada es para siempre.

Desde la perspectiva de tu tío que, a los treinta y seis, está empezando a engordar y a quedarse ligeramente calvo, resulta muy consolador pensar que Cristiano Ronaldo tiene los días contados en su trono de conductor de coches de choque más guapo del mundo, o que su novia, que hoy arruga la naricita cuando no le sirven caviar beluga, o cobra una millonada por enseñar unos glúteos mimados por la genética, los masajistas y las dietas, se convertirá más pronto que tarde en una pécora siliconada que morirá condenada a no poder irse de vacaciones al pasado.

Es la venganza del mediocre, supongo.

Como la vida y el sistema, el ser humano es cíclico también.

Su interés por las cosas sube rápidamente, se mantiene, y luego muere en cuanto aparece un entretenimiento más divertido.

Los objetos de nuestra atención varían con el tiempo y, si uno se fija, la diferencia principal entre los comunismos (ese Chavismo latinoamericano, la antigualla soviética o el guateque castrista) y los capitalismos que ahora andan con las gónadas de corbata es, principalmente, que los hombres de rojo aspiraban (aspiran) a parar el tiempo; en tanto que los segundos necesitan que el tiempo corra para poder sobrevivir.

Y es que, Ainara, una vez que uno ha hecho la revolución, que uno es un obrero feliz, un humilde dientecito del mecanismo perfeccionador de la Historia ¿Qué le queda? ¿Qué es un mundo en que no hay moda, en el que todos tenemos el mismo coche, llevamos la chapita del partido único y repetimos como papagayos las consignas del Líder Supremo? Yo te lo digo inmediatamente: un coñazo del que escapar en balsa.

Y así, en esta Europa moribunda, en donde el bajito con arrestos y la chica más fea del baile se reparten los países como si fueran las calles del Monopoly, uno puede siempre estar seguro de que, si algo no le gusta, terminará cambiando para ser sustituido por otra cosa.

Hace unos meses, Ainara, cuando vinieron a grabarme para la televisión, los periodistas y yo tuvimos una conversación la mar de interesante sobre la telebasura. Los dos chavales, seres pluricelulares, simpáticos ejemplares de la etapa más fresca de la evolución de la especie Homo Sapiens Sapiens, se confesaban desesperados por los contenidos que emitían las televisiones nacionales y no le veían al túnel un final previsible.

Yo les tranquilicé y les dije que el fin de la telebasura –como así parece estar siendo- estaba mucho más próximo de lo que ellos creían.

-La telebasura va a morir pronto –les dije- porque ya no es rentable.

-¡Pero si tiene mucha audiencia!- me decían ellos.

-Sí, les contesté yo, pero no tiene La Audiencia.

O sea, Ainara, la gente que ve la telebasura no es la que va al Carrefour y llena el carrito con los productos de las mejores marcas; no es el consumidor que compra un ordenador caro o se interesa por los últimos adelantos.

La audiencia de la telebasura es, como los mismos personajes de la telebasura, pobre, menesterosa, mísera, mala y cruel. Y así, lo que son las cosas, lo que no han conseguido los discursos más o menos moralizantes, lo está consiguiendo el dinero. Los contenidos de la telemierda no pueden seguir degradándose indefinidamente, aunque haya aún un porcentaje marginal de espectadores que quieran ver esos programas. Pero esos espectadores no le gustan al capitalismo, porque no gastan. Es así de cruel y así de sencillo. En este caso, para variar, para bien.

Por una vez.

Besos de tu tío.


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