En casa del carnicero

Essen ist Fertig
A.V.D.

 

13 de Febrero.- Uno de los políticos más tontos de los que han afligido a los españoles con su gestión ha sido D. Carlos Arias Navarro, último presidente del Gobierno franquista, primer presidente de Gobierno de la Monarquía.

Como sucede con muchos tontos, D. Carlos Arias podía mostrar un amplio abanico de títulos (universitarios y de oposiciones a la función pública) que acreditaban su capacidad. O, en todo caso, su habilidad para absorber información de manera rápida y luego regurgitarla con precisión al recibir una orden determinada. Afirmar por esto que Carlos Arias era inteligente es como decir que el contestador automático podría presentar su candidatura al Nóbel.

Sin embargo, las personas como Carlos Arias tenían todas las papeletas para progresar en un régimen como el franquismo, en donde el escalafón era ley. Y es que el presidente, si bien tonto, era imbatible en una cosa: si hubiera habido unos mundiales de hacer la pelota, Arias hubiera batido todos los récords.

De los testimonios de sus contemporáneos se deduce que, a falta de otros talentos naturales, D. Carlos gozaba de la cintura más flexible del franquismo, la cual le permitía hacer las reverencias más profundas de la corte del General. Disponía también de una lengua que permitía echar piropos beatones a las esposas de aquellos que debían a ayudarle a ascender (la esposa del propio general  entre ellos). También era experto en utilizar la ética de cartón piedra que se estilaba en aquellos años, trufando sus plúmbeos discursos de lugares comunes (“el laconismo militar de nuestro estilo”) o de expresiones (“en agraz”) que querían tener un perfume garcilasiano y a lo que olían era a rancio.

A D. Carlos tampoco le importaba nada hacer el trabajo sucio a cambio de palmaditas en la espalda o de alguna prebenda. Fue en una de estas, durante la represión posterior a la Guerra Civil, en donde D. Carlos Arias se ganó el apodo por el que pasó a la Historia: “El carnicerito de Málaga”.

Y, por eso, de carnicero a carnicero.

Me fue inevitable acordarme del ratonil político español cuando, la semana pasada, abrí el periódico y leí que, en la mejor tradición de cierta ultraderecha austriaca, una delegación del FPÖ había visitado en Grosny (Chechenia) al presidente, Ransam Kadirov, una especie de ser apodado (previsible, ¿No?) “el carnicero de Grosny” por cómo se las gasta con sus compatriotas (Como Carlos Arias, Kadirov parece pensar que el enemigo bueno es el enemigo muerto –o torturado- lo cual le ha granjeado no pocos problemas con los organismos internacionales que se afaban en denunciar la tortura y la brutalidad).

La delegación del FPÖ, capitaneada por Johann Gudenus (hijo de Gudenus el Negacionista del Holocausto, versión culta de Strache aunque con mucho menos tirón popular, y presidente del FPÖ vienés) viajó a la capital chechena para “hacerse una idea propia” de los aconteceres en este territorio exsoviético. Esto no lo sabemos por los visitantes austriacos, que declinaron hacer cualquier tipo de declaración oficial al respecto, sino por el portavoz del presidente checheno, un tal Alwi Kamirov, el cual alabó la desprejuiciada actitud de la delegación austriaca.

En declaraciones extraoficiales, el jefe de la delegación afirmó haberse desplazado hasta chechenia invitado por el parlamento regional y dio a entender que se sentía preocupado por la situación de los chechenos en Austria; a cuyo retorno esperaba ayudar. Aquí, Gudenus tampoco dejó de arrimar el ascua a su sardina, al afirmar que, si bien las estadísticas oficiales hablan de 25.000 ciudadanos chechenos viviendo en esta pequeña república alpina, es probable que, contando a los ilegales (atención al adjetivo “ilegal”) estemos hablando de unas cuarentamil personas. Una pequeña invasión de chechenos, vaya.

Para dar una idea de cómo se las gasta el carnicero de Grosny, diré que, según las organizaciones pro derechos humanos, Kadirov mantiene en Austria unos 300 agentes. Uno de ellos, fue presuntamente responsable en 2009 del asesinato en una calle del barrio vienés de Florisdorf del ciudadano checheno Ulmar Israilov, que se encontraba en Austria con estatuto de exiliado político.

Con respecto a la existencia de 300 personas trabajando en Austria a las órdenes del carnicerito de Grosny, el ministerio de exteriores austriaco no dice ni que sí ni que no, aunque su respuesta “es una cuestión que vigilamos atentamente” da a entender que es muy probable que el presidente checheno tenga gente en Austria ocupada de que los pobres que han huido de la cruel guerra no se vayan de la lengua.

Naturalmente, la pregunta es ¿Por qué unos políticos regionales, pertenecientes a un partido que no está en el poder, han viajado a visitar a un jefe de estado con unas credenciales tan dudosas? Respuestas hay varias y aquí dejo algunas: por el lado de los chechenos, la reputación de su presidente huele tan rematadamente mal, que quizá alguien haya pensado que la visita de unos políticos occidentales podía dar una apariencia de normalidad a un régimen montado a golpe de sangre y kalasnikovs. Por el lado austriaco, la cosa se encuadraría en la obsesión que tiene la ultraderecha de que, a pesar de todo, los representantes del alma genuina de los austriacos son ellos y que el gobierno legítimo (y real) no hace, en realidad, ni la mitad de cosas de las que tenía que hacer. Entre ellas, por lo visto, fomentar las relaciones austro-chechenas. Por otra parte, no son nuevos los contactos de políticos del FPÖ con dirigentes de mala reputación.

Al difunto Haider le encantaba cobijarse bajo la jaima de Gadaffi.

(Por cierto, al Ministerio de Asuntos Exteriores austriaco todo el asunto le parece una soplapollez).

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