A pesar de que Viena pasa por ser una de las ciudades más románticas del mundo, la realidad demuestra lo contrario. Residir aquí puede ser letal para tu vida en pareja: quedas avisado.
27 de Mayo.- Viena pasa ante el mundo por ser una de las ciudades más románticas del planeta (románticas en el sentido en el que entienden los americanos la palabra romántico, no en el de Mary Shelley, a pesar de lo que les gusta en Austria un muerto). Cada año, cientos de miles de parejas se casan y aprovechan las calles de esta ciudad para disfrutar de las dulzuras de una luna de miel a ritmo de vals. Que si abre la boquita, cariño, que te voy a dar una bola de Mozart; que si amor, vamos a la ópera que hoy echan una de Wagner (este año toca Wagniversario); que si vamos a darnos una vueltecita por el cementerio central, ya verás qué poderío de mausoleos…En fin, esas cosas en las que los enamorados se entretienen.
Visto este panorama, nadie sospecharía sin embargo que, en Viena, los matrimonios tienen una fecha de caducidad. Vamos, que esta ciudad, si se vive en ella (no se saben los efectos cuando uno viene de visita) es letal para la vida conyugal: concretamente, las parejas vienesas se van la porra en el mes de julio del decimoprimer año después de su formalización. Lo dice la estadística publicada hoy: a los 10,6 años de haberse echado las bendiciones (variante religiosa) o de haber escuchado pacienemente la lectura de los artículos correspondientes del Código Civil, el 49,7 por ciento de los casados vieneses deciden que se les ha roto el amor de tanto usarlo y se declaran lo que aquí se llama una Rosenkrieg (o guerra de las rosas). O sea, que se mandan a tomar por donde amargan los pepinos.
La tendencia es alarmante, sobre todo para aquellos ingénuos que siguen creyéndose aquello de que entre tú y yo un diamante es para siempre, porque de un año a esta parte la duración media de las parejas austriacas ha retrocedido nada más y nada menos que tres meses. O sea, que vamos hacia el aquí te pillo aquí te mato y al olvídame y pega la vuelta. Descarao.
Si hay que hacerle caso a las estadísticas, el matrimonio ha perdido peso entre los austriacos, los cuales ya parece que se casan pensando en cómo van a partir peras el día en que se divorcien. Quizá por eso se casen más: casi un seis por ciento más que el año pasado. En 2011, 38.592 parejas de novios fueron agredidas a base de puñados de arroz por parte de personas que, teóricamente, les tenían cariño. Un cinco por ciento más de ataques con arroz que el año pasado.
El alto grado de caducidad quizá se deba a que los matrimonios cada vez son más tardíos. Y ya se sabe, cuando uno se va haciendo mayor, le salen las manías. Se acostumbra uno a hacer en su casa lo que le sale de las narices, y claro, cuando aparece una pareja o un parejo en tu vida, da como perezón acostumbrarte a sus cosillas. Como media, los austriacos se casan a los 32,2 años de su edad, en tanto que ellas se casan a los 29,8.
Los divorcios y la edad tardía de matrimoniar dibujan un panorama social muy distinto al actual en un plazo tan breve como de aquí a 2030. Los expertos pronostican que, a pesar de los sabios consejos de la Santa Madre Iglesia, la tercera década del siglo verá cómo en Austria los hogares en que no haya hijos subirán un treinta por ciento y un tercio de todas los hogares con niños serán familias monoparentales. Se impone el patchwork, como ya decíamos aquí hace unos meses. A este paso, los gays van a ser los únicos que le den alegrías a Rouco Varela: todo parece indicar que ellos van a ser los únicos que sigan insistiendo en casarse.
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