Ayudar a morir

PauliDesde que el nuevo Gobierno austríaco accedió al poder, está abordando asuntos que se encontraban en su programa electoral. Uno, sin duda polémico, es el que tratamos hoy.

30 de Enero.- Como muchos de mis lectores quizá sepan –lo he mencionado de pasada alguna vez- hasta hace muy poco, he tenido dos gatos de raza persa. Pauli, el blanco, cuya foto encabeza estas líneas, era un espléndido animal que alcanzó los dieciséis años de vida. Tenía los ojos verdes, era singularmente inteligente y le gustaba cuidar a los niños. Soportaba con una paciencia nada felina que las criaturas le acariciasen torpemente y sólo en casos de extrema necesidad soltaba un bufido o hacía amago de arañar, para que la cría humana le asustase y le dejase tranquilo.

Sofía, en cambio, era oscura, pequeña, cariñosa, ligerísima y mucho más egoísta que Pauli. Le gustaban los sitios calientes y secos, y ronroneaba de gusto cada vez que, en invierno, la dejabas que se durmiese sobre tu costado. Por la mañana, se subía a la cama y, con la pata, te acariciaba la cara para que te despertases y le dieses de comer.

La dama blanca visita mi casa

Pauli murió el verano pasado, probablemente de un cáncer causado por su avanzada edad. La insuficiencia renal de Sofía se agravó cuando llegó el invierno, también debido a la vejez. Dejó de comer y sólo se alimentaba si tú le dabas de comer a mano. En sus últimos días, rechazaba hasta eso. Su cuerpo era incapaz de asimilar los líquidos y, a pesar de que bebía constantemente, estaba más y más deshidratada. El veterinario me daba esperanzas. Me decía que había habido conocido casos de animales muy ancianos que habían remontado situaciones parecidas, pero a finales de diciembre se vio que el destino de Sofía era sufrir solamente, que estaba intoxicada por el amoníaco que su cuerpo ya no podía eliminar de la sangre y que las bacterias habían colonizado su tubo digestivo definitivamente (de ahí que hubiese dejado de comer). La situación era muy triste y ya sin salida así que, de acuerdo con el veterinario, decididimos darle a Sofía, que tanto amor nos había dado, una muerte digna y dulce.

Recuerdo haber pasado la tarde anterior y la mañana siguiente a haber tomado esta decisión presa de un desasosiego singular. Sofía también notaba que algo había cambiado y, como si presintiese su final, utilizó las últimas fuerzas que le quedaban para despedirse de los sitios en que se había desarrollado su vida de gata doméstica y mimada. Las dos terrazas de la casa, en donde había pasado tantas tranquilas tardes de verano, tumbada al fresco, bajo el verdor. La casa de Gerhard y de Marlies, los vecinos, a la que peregrinaba por un agujero practicado especialmente en la mampara que separa los balcones; su rincón favorito del baño, por debajo del cual pasan las tuberías de la calefacción. Después, se subió a la cama a disfrutar de un cuadrado de sol que entraba por la ventana del dormitorio y allí la encontró el médico.

Las palabras del doctor

Era un doctor de unos cincuenta años, con esa maleta típica plegable que llevan el Doctor Watson en las pelis de Sherlock Holmes. El hombre, quizá porque era muy alto, transmitía una enorme bondad y esa sensación, que muchas personas dan sin proponérselo, de estar siempre al mando de la situación. Antes de proceder, examinó a Sofía la cual, como estaba en un entorno familiar, no opuso gran resistencia. El caballero, de unos cincuenta años, movió la cabeza y luego, con voz tranquila, me explicó lo que iba a hacer. En primer lugar, inyectaría a Sofía una potente dosis de barbitúricos para tranquilizarla. Lo mejor, me dijo, era hacerlo directamente en el abdómen, para que la medicina alcanzase lo más rápidamente posible el torrente sanguíneo. Después, pasados unos minutos, cuando Sofía estuviera ya profundamente dormida, inyectaría una segunda dosis, ya mortal, para provocar una parada cardiorespiratoria.

Para las personas que tenemos (o hemos tenido) animales, un gato o un perro son miembros de la familia como otros cualesquiera. A mí, que no tengo hijos, me gusta compararles con niños, eternamente inocentes, eternamente pequeños. Resultaba muy raro, por un lado, estar dando el consentimiento para que un tercero liberase a un ser tan próximo de su sufrimiento, y por otro, también era una especie de liberación, porque nadie quiere ver sufrir a sus seres queridos y llega un momento en que el sufrimiento es inútil (¿Es útil el sufrimiento alguna vez?) porque no enseña ni al que lo sufre, ni a las personas que lo presencian.

Entre inyección e inyección, el médico dijo algo que es, si bien se mira, el germen de este artículo. Unas palabras que me resultaron chocantes, que intentaban ser consoladoras, pero que resultaban de alguna forma incongruentes.

Algo parecido a esto: “llega un momento en que ya no se puede hacer nada más y es casi un deber liberar al animal de su padecimiento; es una lástima que no pueda ser así con algunas personas, pero dentro de poco habrá seguramente cambios legales que nos permitirán hacerlo”.

El debate en Austria

En estos días, se está desarrollando en Austria un debate sobre la eutanasia, sobre el derecho a morir dignamente o, mejor, sobre las condiciones que deben existir para que el médico decida tirar la toalla o dar esa última ayuda para que el sufriente cruce el umbral que lo separa de la liberación.

Una decisión muy difícil.

Por un lado, el alargamiento de la esperanza de vida conduce a lo que muchos médicos llaman “cuarta edad”, o sea, la extrema ancianidad en la que la conciencia se apaga y no queda nada del ser que alguna vez habitó un cuerpo que solo parece prolongarse en una decrepitud que muchas personas encuentran humillante, para sí mismas o para sus seres queridos.

Por otro, el pasado nazi de este país, con sus programas de eutanasia forzosa para enfermos mentales o personas discapacitadas, pesa mucho aún en una conciencia colectiva que revive el peligro de regresar a una época siniestra.

Por último, la pregunta definitiva ¿Debe respetarse siempre la voluntad de una persona que expresa su deseo a morir? Al fin y al cabo, muchas personas pasan por situaciones de extremo dolor psicológico. A veces, piensan que escapar de la vida es la única solución.

El debate está sobre la mesa ¿Qué piensan con relación a esto los lectores de Viena Directo?

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Ya va quedando mucho menos para que salga el nuevo Zona de Descarga. Pedro y yo ya estamos dándole los últimos toques a los temas. Si te apetece plantear alguno, escríbenos a vienadirecto@gmail.com


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Comentarios

5 respuestas a «Ayudar a morir»

  1. Avatar de Martín González Martínez
    Martín González Martínez

    Saludos Paco

    A mi modesto entender es:

    a) éticamente confuso, porque la finalidad de la ética es el cuidado de una individualidad corpórea humana; y matar no es cuidar, por muy dulcemente que se mate. Portanto además

    b) moralmente peligroso, porque está clarísimo que ciertas clases sociales, por sus condiciones materiales de vida, tendrían más “papeletas” en la “rifa” de la eutanasia que otras. Para empezar, matar dulcemente cuesta dinero, pero no tanto, en muchos casos, como no hacerlo. Creo que se me entiende…

    c) políticamente nocivo, horroroso, nefasto, demencial, imprudente… porque la enfermedad terminal es una institución valiosísima para una sociedad política. El enfermo terminal, con sus necesidades de asistencia, es, como el niño, como la embarazada, como el enfermo físico o mental, como el emigrante desarraigado o el refugiado, incluso como el preso etc… un activo educador de primer orden para sus conciudadanos; aquí la referencia al nazismo me parece de lo más pertinente, en el sentido de que, políticamente, más allá y más acá de consideraciones ético-morales, que las hubo y las hay, cómo no, pues… la finalidad política de la introducción de la eutanasia es clara y deliberada, a saber: extirpar del seno de la sociedad política, acabar totalmente, con la institución del enfermo terminal, y ello con una finalidad educadora clarísima también, pero en sentido opuesto a la mencionada antes, que sería ni más ni menos que acabar con la solidaridad generosa para con el ciudadano necesitado, para sustituirla por la solidaridad exclusivista, apolítica, de los ciudadanos fuertes frente a los ciudadanos débiles, aunque fuera una solidaridad psicológicamente inconsciente, políticamente determinada, sin que víctimas y victimarios se dieran cuenta. Esta solidaridad sería nociva políticamente porque dividiría mutilaría y compartimentaría por dentro la solidaridad política, debilitándola frente a otras sociedades políticas adversarias, como les ocurrió a los nazis, que acabaron enfrentados a la paradoja, para ser coherentes con su política interior, de suicidarse colectivamente en su política exterior, según les fue quedando claro -política aunque no psicológicamente -que eran más débiles que sus enemigos. Atentamente,

    1. Avatar de Thais
      Thais

      Creo que tendrías que enfrentarte con la situación de cara para entenderlo, y que conste que no se lo deseo a nadie. Ver a un familiar tuyo que se está muriendo, que no sabe cuánto tiempo le queda de vida, y que está sufriendo dolores horribles… Esa persona que ya ni está allí, porque está drogada para soportar el dolor. Cada vez que se despierta para que tú puedas hablarle o “disfrutar de su compañía” para esa persona es un calvario. Yo estoy a favor de la eutanasia, tanto humana como animal, pero no indiscriminada. Hay mucha gente que tiene una mascota y porque se ha quedado paraplégica ya la mandan a sacrificar. Cuando existen las ganas de vivir, con o sin problemas, me opongo al sacrificio, pero hay casos en que sólo lo puedes ver como un favor al pobre ser que está sufriendo. Y da lo mismo si de rebote favorece a los políticos.

      1. Avatar de Martín González Martínez
        Martín González Martínez

        Saludos. Por todo eso que comenta, precisamente, decía yo que es éticamente confuso. Es problemático, confuso, desde el punto de vista de la ética. No he dicho que sea éticamente deseable ni indeseable en general, sino confuso. A este respecto entender es juzgar con conocimiento de causa, no sólo sentir lástima del enfermo, porque lo importante es el enfermo, no el dolor del familiar del enfermo, por “sentido” que sea, y respetable. Dicho sentimiento de lástima es éticamente insignificante en comparación con la salud del enfermo terminal. Los enfermos terminales tienen salud, aunque sea una salud terminal. No se puede entender ésto si no se toma distancia con el fenómeno a juzgar, no se puede entender simplemente “sintiendo” a ciegas -a mi edad, ya he pasado, como mucha gente, por el duro trance que usted presenta. Pero como Paco pide un juicio y propone un debate, con el problema ético de la eutanasia no queda sino intentar tomar distancia. No se puede conocer algo si no se toma distancia con ello, si se confunde el sujeto con el objeto de conocimiento. ¿Que esto es difícil en el problema ético de la eutanasia? Desde luego, por eso digo que es confuso. No me atrevo a ir tan lejos como vd, y situar el dolor del familiar en el centro del problema, sino tan solo el dolor del enfermo. No voy más lejos. Y es que, del mismo modo que cuidar no es matar, por muy dulcemente que se mate; morir tampoco es necesariamente descansar, por muy dolorosamente que se viva. Atentamente,
        Según nos alejamos de la escala ética, individual, de éste o aquel enfermo, y nos desplazamos a los niveles moral y político, donde el centro no lo ocupa la individualidad corpórea sino distintos colectivos y, en fin, la Sociedad Política en su conjunto, resulta menos problemático tomar distancia con el problema y por tanto el juicio me va pareciendo más claro. Eso es todo

  2. Avatar de Sole Soto Vicente
    Sole Soto Vicente

    En 1995 unos amigos cántabros nos regalaron un precioso cachorro de Perro de Aguas Español. Era el primer perro que tenía en mi vida. Jamás había tenido animal alguno en casa….Pero ya se sabe…Por el niño, tenía que ser hermano o perro y decidimos lo segundo.
    Trébol llegó a Alicante una fría mañana del 5 de enero. Fuimos a recogerlo a Seur. Cuando nos dieron la jaula, casi se me cae el alma a los pies. Era un encanijado cachorro, con mes y medio de edad, de color blanco y negro, lanudo y tiritando de frío entre tiras de papel de periódico, pipis y cacas. El viaje de Alicante a casa (70 kms. aprox.) fue vomitivo por el fuerte olor que llevábamos en el coche.
    Cuatro meses tardó la pobre criatura en enseñarse a hacer sus necesidades en la calle. Pero poco a poco, Trébol fue haciéndose el dueño de mi corazón (por que de mi hijo y de mi marido lo hizo desde el momento de conocerlo). Trébol era un perro alegre y juguetón y muy, muy listo. A partir de los seis meses aprendía rapidísimo. Él era uno más de la familia: nos acompañaba siempre a todas partes, la playa le encantaba (son una raza que bucean estupendamente), trabajar, correr, jugar. Era un perro muy activo, pero una vez en casa, muy tranquilo y servicial (sabía traer las zapatillas, la revista, las llaves etc).
    Él, en casa, tenía ciertas limitaciones, y lo sabía (segura estoy que cuando se quedaba solo, hacía lo que quería). Por ejemplo, sabía que no se podía subir a las camas, ni arriba del sofá, ni empinarse a la mesa. Y delante de nosotros nunca lo hacía. Hasta cierto día……
    Ese día, llegué a casa sin ganas de nada. Venia de enterrar a mi madre. Me senté en el sofá y me quedé inmóvil, absorta, empezando a asimilar mi pena. Llegó Trébol a mi lado y primero apoyó su barbilla en mi rodilla y me daba golpecitos con la misma. Yo seguía en mi pensamiento. Entonces, con su patita….comenzó a darme golpes en mi rodilla. En ese momento, rompí a llorar (no había podido hacerlo todavía) y mi querido Trébol no se lo pensó dos veces……dio un salto, se subió arriba del sofá y empezó a lamerme las lágrimas…….Lo abracé con todas mis fuerzas y desde ese día Trébol fue el jefe de la casa.
    A principios de 2003, Trébol se puso enfermo. Después de pasar por un rosario de veterinarios, decidimos llevarlo al Hospital Veterinario de San Vicente del Raspeig. Allí nos dijeron que tenía un cáncer en el estómago. Hablamos de las posibilidades de vida….nos aseguraron que no eran muchas, pues estaba extendido. Pero como Trébol era uno más de la familia, optamos por la delicada operación y por su costoso tratamiento. Al día siguiente lo operaron, le extirparon el estómago (le reconstruyeron otro), bazo y no recuerdo qué más. Nos dijeron que habían limpiado muy bien y ahora venia el tratamiento. Durante 6 meses le estuve llevando todas las semanas a ese hospital (150 kms entre ida y vuelta) para meterle la quimioterapia. Muchas semanas, cuando llegaba con él al hospital, después de hacerle el análisis, resulta que estaba bajo de defensas, entonces le inyectaban y le tenía que volver a llevar al día siguiente a meterle la quimio.
    La gente solía dejar allí a los perros, pues el tratamiento duraba alrededor de 3 horas. Los metían en una jaula, e inmovilizados allí permanecían los animales, mientras los dueños se iban. Yo, durante todo el tratamiento me quedé junto a él. Nos metían en una habitación, le ponían una manta en el suelo, él se acostaba y entonces le introducían la vía con el gotero. Yo me sentaba en un sillón junto a él y leía.
    Una vez terminado el tratamiento mejoró…….Pero duró poco, volvió a recaer, y otra vez vuelta a empezar. Yo les dije a los médicos que mientras me dijeran que había un 1% de posibilidades de vivir….habría que intentarlo de nuevo…..Bueno, pues otra vez operación y quimio…….Al cabo de cinco meses, una maldita madrugada, Trébol se puso a tirar sangre por todos los agujeros de su cuerpo. Estaba muy debilitado y moribundo…….A las 04:30 AM, mi marido me dijo que se lo llevaba al hospital para que le pusieran la inyección……Me despedí de él, la tristeza me invadía el alma……me pasé todo el día llorando y, por la noche, me enteré de que la muerte de mi pobre Trébol me la estarían recordando toda la vida.
    Trébol murió amaneciendo un maldito día del 11 marzo de 2004…….Y si…..todos los años me lo recuerdan.
    Al hilo de tu pregunta; en España, la eutanasia no está autorizada, pero la ley reconoce el derecho de los enfermos a rechazar cuidados médicos. En Alemania y Austria, según tengo entendido, la eutanasia pasiva, así como la desconexión de una máquina, no es ilegal, siempre y cuando el paciente de su consentimiento.
    Pero yo me acojo más al testamento vital. En España, con el maremagnun que tenemos de comunidades autónomas, pues cada una hace de su capa un sayo. En la Comunidad Valenciana, por ejemplo, se llama Testamento Vital o Documento de Instrucciones Previas. Puede suscribirse ante notario o en los Servicios de Atención e Información al Paciente, sito en los hospitales públicos, allí facilitan toda la información necesaria. En este documento se deja constancia y se hacen valer los deseos, voluntades e instrucciones de una persona cuando se encuentre en una situación en la que no puede expresar su voluntad, ya sea por enfermedad degenerativa o en situación terminal.
    En el documento se establece qué es para uno la calidad de vida y que no lo es. Allí hay una serie de supuestos sobre los que el paciente puede decidir; esto es, si rechazas que se apliquen medidas de soporte vital para prolongar tu vida, si no quieres que se te administren tratamientos complementarios y terapias no contrastadas que no demuestren su efectividad para la recuperación y prolonguen sutilmente la vida, si deseas donar tus órganos o tu cuerpo a la ciencia, si desea morir en casa…..etc, etc.,
    Yo creo que dar este paso, puede sacar de muchas encrucijadas a los médicos…..pero muy especialmente a la familia….
    Gracias por este post que me ha hecho sacar lo que llevaba dentro. Y perdón por la extensión.

    1. Avatar de Paco Bernal
      Paco Bernal

      Muchísimas gracias a ti por tu comentario, que me ha emocionado. Un saludo muy muy cordial 🙂

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