Retrato de niñera con Viena al fondo

Perfil2O también el misterio de la Península menguante o de cómo siempre es un placer mirar por detrás de las cosas detrás de las cuales nadie quiere que mires.

10 de Marzo.-Hace algunos años sucedió en los Estados Unidos una de esas historias que tanto gustan a los americanos a la hora de hacer películas “de divorciadas, de perros y de niños” que dice la madre de un amigo mío.

El caso de la niñera fotógrafa

Pues señor, di que había una vez un caballero que, rebuscando entre los cachivaches de un mercadillo, encontró unos rollos de película fotográfica antiguos. Decidió positivar los carretes y ¡Voilá! Encontró que las fotos no eran las típicas vistas de señoras y niños con las cabezas cortadas o tomas sobreexpuestas de jardines suburbiales, sino auténticos documentos de época. Eran fotografías hechas con mucho tino por una señora que, como se supo luego, había llevado una vida del todo anónima –se ganó las habichuelas cuidando niños- pero cuya pasión había sido fotografiar lo que veía.

El caballero quedó completamente extasiado por aquellas imágenes, que tenían el perfume inconfundible de una época –los años cincuenta del siglo pasado- lo suficientemente antigua como para resultar irresistible pero que, al mismo tiempo, mostraban realidades reconocibles –niños jugando, señoras paradas delante de escaparates, etcétera-. Los retratos de la niñera eran trozos de vida detenidos en el tiempo, como los insectos que, golosos, quedaban presos en la resina de los árboles jurásicos aparentemente con el único propósito de llegar hasta nosotros convertidos en joyas minerales de ámbar fosilizada.

El caballero dueño de las fotos –y sus editores- anunciaron urbi et orbi que habían dado con un genio de las lentes, genio que había permanecido escondido durante décadas y se lanzaron a ditirámbicos elogios comparando a la señora fotógrafa con los grandes clásicos del siglo XX . Si bien las imagenes ejercieron sobre mí el atractivo que habían ejercido sobre todo el mundo, tuve yo desde el principio mis dudas sobre la genialidad de la niñera fotógrafa.

Porque sí, claro, no había duda posible, ella había hecho las fotos y las imágenes eran notables pero, cualquiera que haya tirado en su vida más de un carrete (o una tarjeta de memoria) sabe que, más que el dedo que se posa, suavemente, sobre el disparador, es la SELECCIÓN lo que hace al buen fotógrafo. Y es fácil saber por qué.

La mecánica y el arte

Una foto es la perpetuación de unas décimas de segundo sobre cualquier soporte impresionable. Durante un reportaje, se hacen varios cientos –vale, bien: la niñera hacía menos, pero no quita para que hiciera dos o tres disparos de, pongamos, los mismos niños jugando- y luego, con las imágenes obtenidas, se juega. Se descartan unas –muchas veces siguiendo el criterio personalísimo del fotógrafo-, se aprovechan otras. Se decide recortar de manera que el encuadre termina siendo el verdadero protagonista de la imagen. Se eliminan motivos o se decide que se quedarán dentro.

Las fotos en bruto, tal como quedan registradas, rara vez llegan al espectador en esa forma primera, sino que el fotógrafo “las potencia” para que adquieran más fuerza (no se me ocurre otra manera de decirlo) y ese proceso es lo que aleja a la fotografía del proceso mecánico de tomar imágenes y la convierte en una actividad humana (¿Llamémosla arte? Llamemosla arte).

En otras palabras: el espectador no ve lo que él quiere, sino lo que nosotros “le enseñamos”. Ser consciente de este secreto es lo que separa a quien se compra una cámara reflex para hacer fotos en tanga de su churri durante unas vacaciones de aquel que la lleva siempre (la cámara) encima porque nunca sabe dónde puede saltar la liebre.

Me dijiste tantas cosas

Por supuesto, este proceso de descarte no es exclusivo de la fotografía –y aquí es a donde yo quería llegar- sino que actúa en casi todas las actividades de la vida humana en las que existe un ente emisor de información y un público de receptores de ella. La prensa es un caso paradigmático. En lenguaje del oficio, a decidir qué es lo que tiene importancia y qué es lo que no la tiene, se le llama “prelación”.

Un extraterrestre que hubiera leido los periódicos austriacos hace una semana y hubiera vuelto hoy en su platillo volante, hubiera podido pensar que la atención de los seres humanos es un pollo que corre sin cabeza de un lado para otro.Así, hace siete días, la llamada Crisis de Crimea era pasto de manadas de redactores enfebrecidos que se hacían preguntas para excitar la curiosidad de los ávidos lectores. Desde cada esquina había voces que se alzaban ¿Es Putin el nuevo Hitler? ¿Se parece la crisis de Crimea a la invasión nazi de los sudetes checoslovacos? ¿Estamos ante el principio de la tercera guerra mundial? ¿Qué pasaría si cundiese el ejemplo y España, un poner, aprovechándose de cierta mayoría vascoparlante en el sur de Francia invadiese el país vecino –para poner orden, claro-? Por supuesto, en este último caso, podría ponerse como excusa la existencia de Marine Le Pen y su incendiario discurso ultraderechista. En fin, como decía la copla, “tantas cosas, tantas cosas/ me dijiste tantas cosas que a tu embrujo me rendí”.

Sin embargo, lo que antes era primera línea de playa de titular, hoy no es más que una notilla en Austria (para leerla hay que “escrolear”). Putin era ayer un ogro dispuesto a comerse el mundo y a hacer pasar el bolo alimenticio con un trago de vodka. Hoy, Crimea es un trozo pequeño de tierra que se desprenderá de Ucrania –pronto- sin que nadie lo sienta mucho (se terminarán aceptando las reivindicaciones rusas y, si no, al tiempo; vamos, es que ya están aceptadas de hecho).

Esto es una mera constatación de los hechos pero la pregunta fascinante es en realidad ¿Por qué? A ti ¿Se te ocurre alguna idea?

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zona de descargas Programa 13El programa número trece está siendo un éxito exactamente igual que los otros. La gente, de hecho, me para por la calle para preguntarme cómo Pedro y yo nos hemos vuelto tan malvados ¿Qué? ¿Que todavía no lo has escuchado? No me lo puedo creer


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