15 minutos

Hombre tumbado junto al mar¿Puedes estar quince minutos a solas con tus pensamientos? Parece ser que no es una habilidad muy extendida…

9 de Julio.- Querida Ainara (*) : mientras te escribo esto es verano en el hemisferio norte.

Quiere decirse que, o bien la gente que produce las noticias se ha ido a la playa a hacer el hortera o bien los que aún quedan sentados en el banco de la paciencia están preparando los sitios a los que se irán a escuchar Regaetton o lo que hayan inventado este año en Mordor para castigar a la Humanidad.

Los periódicos, los blogs, las teles, no se van de vacaciones nunca y necesitan cubrir el espacio de alguna manera (puede verse la labor del periodista, del bloguero, como una carrera insensata por llenar con algo de sentido los espacios en blanco). Por eso, en estas fechas, saltan a las webs gilipolleces cosas que, quizá, en otras circunstancias no hubieran alcanzado gran notoriedad pública.

Hace unos días leí que, según un estudio presuntamente científico por el que alguien ha cobrado, el sesenta por ciento de las personas (un alto porcentaje, en cualquier caso) no aguanta quince minutos a solas con sus pensamientos.

Yo no sé si pensar que es un infundio, entre otras cosas porque me niego a creer que, como sociedad, estemos tan embrutecidos que seamos incapaces de sentarnos a mirarnos en el espejo de nuestra alma con la misma frecuencia con la que hacemos (algunos) deporte o nos lavamos (algunos también) los dientes.

Para mí, estar solo para poner en orden mis pensamientos es una necesidad vital, una higiene del espíritu sin la que creo que no podría vivir. Tener tiempo para pensar es, para mí, calidad de vida. Y lo ha sido siempre.

Preguntarme no sólo por qué hago yo las cosas, sino también por qué las hacen los demás como las hacen, por qué funciona el mundo como funciona (y sobre todo, cómo funciona), qué será la muerte y a qué puede compararse, cómo será mi futuro, qué cosas quiero para mí y para siempre, independiente de cuáles sean las circunstancias que me rodeen en el porvenir; cómo serás tú y cómo será el mundo, Ainara, cuando tengas dieciocho o veinte años, qué será de mí cuando sea viejo, si llego (¿Sabré hacerlo bien?), de qué cosas tengo miedo y por qué…Son solo algunos ejemplos de las preguntas que me asaltan en esos ratos en los que tu tío Paco habla con tu tío Paco, la persona que mejor le conoce y, por lo mismo, la persona que le da las collejas con más conocimiento de causa.

No soy nada original si te digo que cae por su peso que, quien no se sienta a hablar consigo mismo, se deshumaniza (aunque yo para estas cosas me siento poco, soy más bien un pensador peripatético). Está claro que quien no discurre y se hace preguntas pierde su centro y se convierte en alguien vacío, en un pollo sin cabeza que va de un lado para otro sin saber a dónde va hasta que se le acaban las pilas.

Aunque quizá, Ainara, el estudio tenga otra lectura.

Los psicólogos dicen que una de las medidas de la inteligencia (y añado yo, de la madurez) es la resistencia a la frustración. O sea, la capacidad de renunciar a un placer inmediato pero efímero en pos de un placer futuro pero duradero. Indudablemente, pensar (lo cual consiste, principalmente, en hacerse preguntas) es algo que, en algunas personas, produce mucha frustración, porque no siempre se encuentran las respuestas –es más, yo te diría que la paradoja de pensar está en que es una ocupación tanto más fructífera cuantas menos respuestas se encuentran– o, mejor dicho, no siempre las respuestas que se encuentran son las que uno esperaba o las que uno quiere oir. Con lo cual, en la era del I want it all and I want it now, darle trabajo a las neuronas no tiene muchas cartas para ser una actividad popular.

Podría enlazarse también esto con el auge, peligrosísimo en mi opinión, de esa enfermedad infantil llamada populismo. Visto desde esta perspectiva, el populismo no es más que decirle a la gente lo que quiere oir. Asegurarle que los caminos de siempre, los que conllevaban un esfuerzo, estrujarse la sesera y, por lo tanto, una frustración (por ejemplo, la de sacrificar una parte de nuestros propios deseos al bien común) pueden evitarse por medio de atajos. Como argumento de marketing político es más viejo que el fuego, pero lo cierto es que sigue funcionando, porque es un argumento pensado para halagar a nuestro “cerdoperro” interior.

Una de las pocas libertades que nos quedan, Ainara, es la de hacernos preguntas. Estas personas que nos ofrecen atajos, en realidad, lo que nos están ofreciendo, es hacernos menos libres dándonos todas las respuestas –las que a ellos les interesan, claro-. Usa de tu libertad, Ainara. Piensa.

Muchos besos de tu tío.

(*) Ainara es la sobrina del autor

Verano en Viena

Hacía mucho tiempo que un podcast de Zona de Descarga no funcionaba tan bien ¿Será por las risas? ¿Serán por las ideas? ¿Será por la actualidad? ¿Por qué será? !No te quedes sin comprobarlo!


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