Dos años después

ParejaSe cumplen dos años desde el salto a la arena pública de uno de los hombres más valientes de nuestro tiempo. Un balance desde Viena.

18 de Marzo.- Querida Ainara (*) : a veces pasa que el autor de un texto escribe una cosa con una intención determinada y, de alguna manera que solo el duende de las letras conoce, el lector saca unas conclusiones completamente diferentes. Así me sucedió el otro día a mí.

Reflexiones en la cola del Apollo Kino

Mientras esperaba que empezara en el cine una película que quería ver, leí una entrevista con el Papa. Fue una experiencia algo trabajosa, como siempre pasa cuando se lee en el móvil, pero muy gratificante.

Se cumplen en estos días dos años desde que al pobre señor le hicieron la faena de ascenderle al puesto más alto de la empresa en la que trabaja. Pues bien: cuanto más leo cosas suyas, más creo que el cardenal Bergoglio jamás quiso ser pontífice. Es más, y quizá haya gente que se escandalice de leer esto (si es que, a estas alturas, nos queda alguna capacidad de escándalo) pero, cuanto más leo cosas dichas por el papa Francisco, me convenzo cada vez más de que al papa le pasa lo que nos pasa a muchos: o sea, que cree firmemente en Dios y en la valiente y frágil humanidad de Jesús, cree en el hombre, pero que no cree en esa estructura que, a modo de burocracia innecesaria, de concha calcárea y sedimentaria, dura y, en muchos sentidos, inhumana, se ha ido depositando alrededor del mensaje de aquel judío de Galilea que probablemente fue un señor bajito, hijo de madre soltera y que debió de tener hermanos y hermanas (como era lógico, normal y natural, en la época en que vivió).

Naturalmente, el comentario a la entrevista, insistiendo en la línea editorial de la página en donde yo la leí, insistía mucho en la ortodoxia doctrinal del Papa, y en su afinidad con su predecesor, Benedicto XVI pero, cuanto más se leían las palabras del papa y, sobre todo, cuanto más se leían entre líneas, más se daba cuenta uno de que, si algo es el papa Francisco, ese algo es el polo opuesto de aquel que, echando la vista atrás, quiso convertirse en el último paladín de una Iglesia de pompa, circunstancia y virtud principalmente formal (y, por lo tanto, principalmente externa) que, en este mundo de hoy, está mandada retirar, porque nadie se cree ya esas fachadas de papel maché y todos sabemos que el emperador está desnudo.

La valentía de ser débil

Soy un gran admirador del papa Francisco sobre todo por que creo que es un hombre muy valiente que saca su fuerza de la propia conciencia de su falibilidad y de su humildad, del reconocimiento de sus propios límites. Creo que, estando donde él está, rodeado de los bichos de los que él está rodeado, hace falta tenerlos muy bien puestos para decirles a aquellos galápagos, parafraseando a Anguita:

-Señores, aquí solo tenemos un programa y es el Evangelio. Y el Evangelio no es ir a misa mucho ni darse muchos golpes de pecho, sino ayudar a quien está en peor situación que nosotros.

Creo que es muy valiente porque es un hombre que trata de conducirse con el decoro que dictan estas palabras (o parecidas) –en un momento en el que el decoro está pasado de moda-, un hombre que, en esta cultura en la que se nos pide a todos que seamos perfectos, eternamente jóvenes, eternamente sonrientes, eternamente pasivos y obedientes, él es un hombre que confiesa que tiene miedo, que a veces se siente solo, que está cansado, que es humano y que, en otras circunstancias, si Jorge Bergoglio no fuera papa, ya sería un elemento descartado por el sistema. Un hombre demasiado viejo para trabajar y demasiado viejo para consumir y, por lo tanto, prescindible. Y que lucha contra eso. Un hombre que se niega a ser el ídolo pop que fue Juan Pablo II o el juguete de oscuros intereses fundamentalistas, como fue su predecesor Benedicto XVI. Un hombre,Bergoglio, que es consciente de la complejidad del mundo actual y, sobre todo, que sabe perfectamente que la vida empieza detrás de ese anacronismo que es el Vaticano.

De vez en cuando, sentado en el vestíbulo de aquel cine, miraba a la gente, observaba a mis paisanos vieneses ir y venir, de camino al puesto de las palomitas, o saliendo a la calle fría a fumarse un cigarro, y pensaba en que el papa era uno de ellos y que su rebeldía consistía (y consiste) en empeñarse en ser uno más de nosotros. Y en hacer ver al mundo que la clave de todo este asunto de ser buena persona, no consiste tanto en con quién te acuestas o si estás casado o no, o si rezas mucho o poco, sino en estar con los ojos abiertos para darte cuenta de dónde le haces falta a la gente que está cerca de ti y, en los sitios en que haya sufrimiento, por muy pequeño que este sea, tratar de poner tú alegría y toda la paz que esté a tu alcance poner. Porque al fin y al cabo, los hombres y las mujeres venimos a este mundo de lo más desprotegidos e, incluso aquellos a los que el destino coloca en sitios cómodos desde el punto de vista material, son totalmente vulnerables a las flaquezas de ánimo y de cuerpo que implica el irse gastando todos los días a fuerza de rozarse con esta vida que es tan bonita pero que, cuando quiere, también puede ser muy perra.

Sospecho que el comentarista de las noticias del papa, después de escribir el artículo, siguió en la parra de lo que el Papa quiso decir. Y es una pena.

Besos de tu tío

(*) Ainara es la sobrina del autor


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